Por Fernanda Monserrath Gutiérrez Zaragoza
Grupo Asesor de Jóvenes-GOYN-CDMX
En la Ciudad de México, un pilar silencioso sostiene el bienestar de nuestras comunidades: las personas cuidadoras. Este grupo, compuesto mayoritariamente por mujeres, enfrenta desafíos titánicos que van desde la falta de reconocimiento hasta la precariedad económica. Entre ellas, las juventudes cuidadoras representan un sector particularmente vulnerable, cuyas historias nos invitan a reflexionar y actuar para transformar un sistema que, hasta hoy, ha fallado en ofrecerles respaldo.
Según el INEGI, en México más del 32% de la población mayor de 15 años participa en tareas de cuidado no remunerado. De este porcentaje, el 75% son mujeres, y una gran parte de ellas son jóvenes. Estas responsabilidades, que deberían compartirse equitativamente entre todos los sectores de la sociedad, recaen de manera desproporcionada en los hombros de las juventudes, limitando su acceso a oportunidades educativas, laborales y personales.
El costo invisible del cuidado
La labor de cuidado es una actividad fundamental que sostiene tanto la economía formal como la vida cotidiana. Sin embargo, al no ser remunerada ni reconocida, se convierte en una carga que perpetúa desigualdades estructurales. De acuerdo con ONU Mujeres, en México, las mujeres dedican tres veces más tiempo que los hombres a tareas de cuidado no remunerado, un fenómeno que genera lo que se conoce como “pobreza de tiempo”. Este concepto refleja la realidad de quienes, al cumplir con sus responsabilidades de cuidado, sacrifican su desarrollo personal y profesional.
En mi experiencia como joven cuidadora, estas cifras toman un rostro. Desde una edad temprana, asumí el cuidado de mi hermano mientras equilibraba mis estudios y otras responsabilidades familiares. Esta dualidad no es única; es la realidad de miles de jóvenes en nuestra ciudad que viven al límite de su capacidad emocional y física, enfrentando barreras invisibles que condicionan sus vidas.
El sistema que soñamos: Hacia un modelo integral de cuidados
Para abordar esta crisis, necesitamos un sistema público de cuidados que sea inclusivo, equitativo y efectivo. Este modelo debe garantizar que las personas cuidadoras, especialmente las juventudes, puedan acceder a servicios y programas que les permitan vivir plenamente sin renunciar a sus sueños.
Reconocimiento y remuneración: El trabajo de cuidado no remunerado representa el 14.7% del PIB nacional, según el INEGI. Es hora de que esta contribución deje de ser invisible. Políticas que otorguen prestaciones económicas y seguridad social a las personas cuidadoras serían un primer paso hacia la equidad.
Educación y empleo inclusivos: Cerca de 3 millones de jóvenes en México han tenido que abandonar sus estudios o empleos debido a sus responsabilidades de cuidado. Es crucial diseñar políticas que incluyan becas, horarios flexibles y programas de capacitación para que puedan continuar su formación académica y acceder a trabajos dignos.
Apoyo emocional y salud mental: El estrés y la ansiedad son una constante en la vida de las personas cuidadoras. Según datos de la ENASIC, el 70% de ellas reportan altos niveles de agotamiento emocional. La implementación de programas de salud mental y redes de apoyo psicológico podría marcar una diferencia significativa en su bienestar.
Corresponsabilidad de género: Es urgente cambiar la narrativa cultural que asocia el cuidado exclusivamente con las mujeres. Fomentar la participación activa de los hombres en las tareas de cuidado es una necesidad para construir una sociedad más equitativa.
Un llamado a la acción desde las juventudes
Las juventudes no somos únicamente el futuro, somos el presente que impulsa cambios significativos. En mi participación en iniciativas como la presentación de un amparo ante el Congreso de la Ciudad de México para exigir el reconocimiento de las personas cuidadoras, he sido testigo de cómo nuestras voces pueden abrir puertas y transformar realidades. Sin embargo, este es solo el principio.
Necesitamos construir un mapa de cuidados que parta de las experiencias y necesidades de quienes enfrentan estas responsabilidades. Mesas de diálogo, consultas ciudadanas y paneles en comunidades deben ser el punto de partida para diseñar políticas públicas empáticas y efectivas.
Cuidar no debe ser un sacrificio
Un sistema público de cuidados no solo beneficiará a quienes necesitan apoyo, sino también a quienes lo brindan. Invertir en este modelo es una apuesta por el desarrollo social y económico de nuestra ciudad. Es una oportunidad para garantizar que cuidar no sea sinónimo de renunciar a nuestros derechos, sino una labor compartida y valorada.
Como joven cuidadora, he aprendido que cada sacrificio trae consigo una enseñanza, pero también he entendido que es posible transformar nuestras vivencias en propuestas concretas. Los jóvenes tenemos el potencial de liderar este cambio, de exigir un sistema justo y de construir un presente donde todas y todos tengamos las mismas oportunidades de crecer y prosperar.
Es momento de actuar. De reconocer que detrás de cada hogar, de cada familia, hay historias de cuidado que merecen ser escuchadas y apoyadas. Porque cuidar no es solo una responsabilidad; es una expresión de humanidad que debemos proteger y valorar.