Desde hace más de ochenta años mi familia subsiste gracias a la calle y la informalidad. Mis abuelos y mis padres fueron “ninis”, qué palabra tan violenta, ¿no?, como si alguien decidiera simplemente ni estudiar ni trabajar, como si no fuera el sistema quien obliga y orilla a millones de jóvenes a renunciar a sus derechos.
Siempre he creído en el poder de las historias, en el poder de los espacios seguros para escuchar y hacerse escuchar. Mi nombre es Jaqueline García, tengo 24 años, soy promotora y defensora de los derechos laborales y educativos de la juventud y les quiero contar una historia, que no es solo mía o de mi familia, es también la historia de 21.5 millones de jóvenes que están en pobreza, exclusión y precariedad.
Mi mamá y mi papá nacieron en comunidades de la periferia, vivieron en contextos adversos donde siempre hubo precariedad y falta de oportunidades. Por mucho que mis abuelos se esforzaran, incluso habiendo abandonado sus pueblos para hacer una vida en las ciudades capitales, al no haber podido siquiera culminar la primaria no pudieron jamás ejercer su derecho a la educación ni al trabajo digno. Gracias a sacrificios monumentales, mis papás pudieron terminar la primaria y la secundaria; sin embargo, cuando llegó la preparatoria se vieron obligados, como sus padres y los padres de sus padres, a desertar.
Mi papá hizo una certificación técnica y se ha dedicado desde entonces a trabajar como mecánico, en la calle, porque no había fondos para tener un taller. Además de que su certificación técnica nunca fue válida para ser aceptado en un trabajo formal, y cuando por fin le daban una oportunidad, el salario que le ofrecían no era suficiente ni para mantenerse a él mismo, menos a una familia. Mi mamá se volvió ama de casa y cuando la economía no aguantó, se convirtieron en comerciantes ambulantes.
Mis abuelos desde siempre trabajaron en la informalidad: mi abuela tejiendo, haciendo comida y vendiéndola, mi abuelo cantando en camiones. Desde hace más de ochenta años mi familia subsiste gracias a la calle y la informalidad. Mis abuelos y mis padres fueron “ninis”; qué palabra tan violenta, ¿no?, como si alguien decidiera simplemente ni estudiar ni trabajar, como si no fuera el sistema el que obliga y orilla a millones de jóvenes a renunciar a sus derechos.
Luego nací yo; mis papás querían que el final de mi historia fuera diferente. Buscaron y buscaron oportunidades para mi formación, beca tras beca, convocatoria tras convocatoria, y apoyo tras apoyo pude concluir toda mi formación profesional, incluso cuando en diferentes ocasiones pendió de un hilo porque nunca sabíamos si iba a alcanzar ni la fuerza ni el dinero ni la voluntad.
Pero toda la diferencia en este final, que hoy es mi historia, recayó en que siempre tuve a alguien que me acompañara. Me agarré de figuras que me hacían creer que había otras cosas posibles para mí, me aferré a pensar que podía decidir sobre mi futuro, y aunque jamás vi a nadie como mi familia ni como yo ocupando espacios de poder, incidiendo ni tomando decisiones, empecé a crear y a creer que esos espacios eran posibles para mí y para otrxs jóvenes de la comunidad.
Hoy soy la primera persona en mi familia que pudo terminar la universidad: soy licenciada, soy una profesionista. A través de mis ojos y manos mis padres, abuelos, ancestros y comunidad han visto el mundo, han cumplido sueños y han vivido todas las primeras veces que les fueron arrebatadas. Nada es un mérito individual cuando eres el resultado de un esfuerzo colectivo. Con los años me di cuenta que mi educación fue financiada, facilitada y acompañada por todos los sectores de la sociedad: la familia, el sector privado, el público, la sociedad civil -a mí me salvó la sociedad civil- y el gobierno. Soy el resultado de recursos invertidos estratégicamente en la juventud, y el resultado de un sistema que incluso con carencias me protegió más que a los míos en su momento.
Con esta historia no pretendo romantizar la precariedad, pretendo hacer un llamado a la reflexión. A nadie debería costarle más de ochenta años poder alcanzar la movilidad social. ¡En mi caso, se necesitaron más de tres generaciones para poder ejercer el derecho a la educación y al trabajo digno! Y aun así mi historia es un caso de éxito, porque la mayoría de las personas jóvenes que venimos de estos contextos no alcanzamos la movilidad social en absoluto, nunca.
Mis padres no eran “ninis”, fueron jóvenes oportunidad que no contaron con las redes de soporte ni las plataformas ni las oportunidades para desarrollarse y ejercer sus derechos en libertad. Hoy puedo ver también que el trabajo precario causa estragos de por vida: mis papás no tuvieron seguridad social, no pudieron hacer un patrimonio y no tienen asegurada su vejez. Viví desde siempre y vivo junto con ellos todos los estragos que causa el trabajo precario en todas las esferas de la vida, pero sobre todo en la salud.
De ahí mi vocación, porque en México hay 21.5 millones de jóvenes oportunidad. Personas de entre 15 a 29 años que, por barreras estructurales y desventajas acumuladas, no pueden ejercer su derecho al trabajo digno. Están desconectadas de la escuela y del trabajo, o tienen un empleo precario. Jóvenes que no somos cifras, no somos números, tenemos nombre, historias y familias.
Cuando era niña y aún hoy en día sigo viendo a mis padres levantarse a trabajar todos los días a las 4 de la mañana y dormirse a las 11 de la noche, pensando ¿cómo puedo crecer más rápido para ayudarles?, ¿me salgo de estudiar para ayudarles?, ¿cómo evitar que se enfermen?, ¿cómo hacer que descansen?, ¿cómo darles aunque sea una certeza? La pandemia nos recordó que nadie piensa en las millones de familias que vivimos al día con los ingresos que deja la calle, los meses de confinamiento para nosotrxs fueron insostenibles.
El trabajo precario obliga a las personas a lidiar con la incertidumbre de un futuro donde no hay promesa de nada. Hoy soy vocera de la Alianza Jóvenes con Trabajo Digno y la Coordinadora de Desarrollo y Estrategias de Incidencia para jóvenes de la Red Global de Jóvenes Oportunidad, GOYN Ciudad de México. Nací para servir y trabajo para mi comunidad porque me debo a ella, y porque para mí no hay forma más hermosa de honrar tu historia que arando la tierra para que quienes vienen detrás recojan los frutos.
La Alianza Jóvenes con Trabajo Digno y GOYN Ciudad de México son redes multiactor en las que trabajamos todos los días para asegurar el derecho a la educación y al trabajo digno de esos 21.5 millones de jóvenes oportunidad a nivel nacional y local.
Desde la alianza creemos en el poder del trabajo colaborativo, creemos y trabajamos para que el emprendimiento sea una vía de trabajo digna y sostenible para las juventudes, para que el trabajo precario sea erradicado, para que las juventudes conozcamos y ejerzamos nuestros derechos laborales, para que las personas jóvenes oportunidad puedan acceder a la educación media superior sin discriminación y con esquemas que les permitan culminar, para que los empleadores mejoren y corrijan sus prácticas discriminatorias y violentas. En otras palabras, desarrollamos iniciativas y proyectos para generar cambios sistémicos a largo plazo para revertir las tendencias que afectan el libre ejercicio del derecho al trabajo digno.
Por eso ante la pregunta: ¿cómo podemos enfrentar colectivamente el contexto de distintas violencias que nos asolan y qué podemos hacer para construir y articular desde la sociedad una cultura de paz? La respuesta para nosotros es construir una política integral de empleabilidad para juventudes del país. Las juventudes caen en la violencia y en el crimen organizado porque el sistema los rechazó en primera instancia.
Necesitamos, primero, vincular a jóvenes con el trabajo desde su formación educativa, especialmente a quienes cursan modalidades técnicas y tecnológicas durante de la media superior; segundo, necesitamos desarrollar opciones de segunda oportunidad para la educación media superior vinculada a la inserción laboral para quienes ya superaron la edad normativa para regresar a la escuela; tercero, tenemos que crear un sistema público de cuidados, con cobertura suficiente y condiciones de acceso que permitan a las mujeres jóvenes que se dedican a labores de cuidado y domésticas, tener un trabajo digno.
Desde la Alianza Jóvenes con Trabajo Digno hacemos un llamado a unirse a la construcción de la política integral de empleabilidad para juventudes en México. Hacemos un llamado a reconocer que los esfuerzos individuales, aunque necesarios y poderosos, pueden ser potenciados por medio del trabajo colaborativo en redes intersectoriales multiactor, y que ya hay plataformas para poder sumarse a esta incidencia, compartir, dar y recibir, como la Alianza Jóvenes con Trabajo Digno y GOYN Ciudad de México, mismas a las que les invitamos a conocer y sumarse.
Para la construcción de una cultura de paz necesitamos redes de apoyo y soporte, lugares seguros para escucharnos, para pensar, repensar, construirnos y deconstruirnos, y expresarnos en libertad. Necesitamos también representación y acompañamiento. Las juventudes no nos vemos igual, no somos iguales, las juventudes somos diversas.
Asumir que las personas jóvenes cabemos en un mismo molde, que somos “flojas”, “irrespetuosas”, “rebeldes”, “desinteresadas” e “inútiles”, por mencionar algunas etiquetas, son prejuicios que tenemos que erradicar. Hacemos un llamado también a hacer un cambio de narrativa, porque desde el lenguaje creamos, desde el lenguaje podemos y debemos dignificar nuestras historias y nuestros saberes.
¡Nada para las juventudes sin las juventudes! Porque estos espacios que nos ha tomado tanto tiempo ocupar, siempre nos han pertenecido, aunque nos hayan hecho creer que no, aunque no nos hayamos visto representados nunca. Estos derechos que nos han sido arrebatados por tantos años siempre han sido nuestros y los vamos a defender.
Creo en el poder de la educación, creo en la juventud, creo en la paz, y como alguna vez escuché decir: “todos los sistemas y las instituciones fueron creadas por el ser humano, y todo lo creado por el ser humano se puede cambiar”; a eso solo agregaría, cuantas veces sea necesario, en conjunto.
A todas las familias y jóvenes que sobrevivimos por medio de la informalidad y la calle, esta es una voz de las voces. ¡Actuemos! Estamos haciéndonos espacio, alcemos la voz hasta que el trabajo digno y el acceso a la educación ya no sean un privilegio.
* Jaqueline García Cordero es promotora y defensora de los derechos laborales y educativos de las juventudes, juventud transformadora, vocera de la Alianza Jóvenes con Trabajo Digno y coordinadora de Desarrollo y Estrategias de Incidencia para jóvenes de la Red Global de Jóvenes Oportunidad, GOYN Ciudad de México.