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Las mujeres rurales sembramos sueños para cosechar esperanza

Autor:

Alma Janeth Calte Mendoza
Alma Janeth Calte Mendoza

Acerca de

Organización que promueve que las infancias, juventudes así como las mujeres y los hombres adultos, tengan acceso con justicia e igualdad al uso, control y beneficio de los bienes y servicios. Fomenta el trabajo en grupo, las relaciones humanas y los procesos organizativos, tanto para conseguir ingresos económicos como para crear hábitos de ahorro y propiciar la autonomía, la democracia, la tolerancia, el apoyo mutuo, la solidaridad, el trabajo en equipo y la equidad de género.

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de JuventudES:

Por Alma Janeth Calte Mendoza

Becaria Desarrollo Autogestionario A.C. (AUGE)

Resumen: Las mujeres que vivimos en comunidades rurales vivimos diversas barreras estructurales para acceder a nuestro derecho al trabajo y la educación. Principalmente aquellas que desempeñamos labores de cuidados. Pero contamos con muchas capacidades, habilidades y sueños que merecen ser reconocidos y potenciados, por eso urge generar mejores condiciones para nosotras en nuestra propia comunidad.

Mi nombre es Alma Janeth Calte Mendoza, tengo 28 años, soy originaria de Independencia, una comunidad rural que pertenece al municipio de Teocelo, Veracruz. Soy la orgullosa mamá de Mateo, un niño de cuatro años que me inspira todos los días. Pero además de ser mamá, actualmente también soy becaria en Desarrollo Autogestionario A.C. (AUGE), donde colaboro en la promoción comunitaria, gracias a ello, he iniciado recientemente mis estudios de Licenciatura en Procesos Rurales para una Vida Sustentable, con especialidad en Economía Solidaria.

Mi día comienza a las 5:30 de la mañana, empiezo a realizar mis labores acompañada del canto de los gallos y el ruido de las primeras personas que se dirigen a la finca. Lo primero que hago es poner a calentar café y preparar el desayuno para mi familia. Después de desayunar, arreglo a mi hijo y lo llevo al jardín de niños. Regreso a la casa, preparo su almuerzo y la maleta con leche, ropa y juguetes, que va a necesitar la persona que lo cuida mientras yo trabajo.

Paso a dejar su maleta y luego me voy corriendo a la parada para esperar el autobús que me lleva de mi comunidad al trabajo. A veces tarda mucho en pasar, pero siempre trato de llegar puntual. Entro a trabajar a las 7 u 8 de la mañana, dependiendo de la lejanía de la escuela donde me toque trabajar ese día, ya que me dedico a facilitar talleres sobre habilidades socioemocionales, prevención de embarazos y prevención de consumo de sustancias, con alumnos y alumnas de telebachillerato, que es una modalidad de preparatoria en zonas rurales.

Saliendo de la oficina, paso a comprar cosas al mercado. Voy por mi hijo con la señora que lo cuida, y regresamos a preparar la comida. Después de lavar los trastes y recoger la cocina me pongo a hacer pendientes del trabajo o la escuela, de vez en cuando tengo reuniones por zoom o juntas presenciales con los grupos comunitarios en los que participo. Por la noche hago tarea con mi hijo y atiendo sus necesidades, le doy de cenar y lo acompaño a dormir. Me tomo un tiempo para mí, ceno, preparo la comida que vamos a desayunar al día siguiente y me acuesto a dormir para poder levantarme temprano. Aunque mi jornada es agotadora, la hago con mucho gusto, ya que puedo trabajar, estudiar y ser mamá al mismo tiempo. Mi familia y mi esposo colaboran para que esto sea posible.

En el medio rural, el trabajo de cuidados casi siempre ha recaído sobre las mujeres. Nosotras enfrentamos una doble y muchas veces una triple carga: trabajamos fuera de casa, por una remuneración económica muy baja y, al regresar, seguimos limpiando, cocinando y cuidando de nuestros hijos e hijas, o también a personas enfermas o adultas mayores.

Yo tengo la posibilidad de dividir mi tiempo entre los cuidados, la escuela y el trabajo, pero hay muchas mujeres que no tienen esa oportunidad. De acuerdo con datos recabados por la Alianza Jóvenes con Trabajo Digno, en 2024 en nuestro país, había 17.7 millones de mujeres que no pudieron salir a buscar empleo porque estaban dedicadas a labores de cuidado sin recibir remuneración económica.

Históricamente, las mujeres hemos vivido una serie de dificultades para acceder al trabajo y la educación en igualdad de condiciones que los hombres. Esta situación es más marcada en el medio rural, donde a muchas jóvenes sus padres no las dejan ir a la escuela porque van a terminar siendo amas de casa y “para eso no se estudia”.

La precarización del trabajo de campo ha provocado que las personas jóvenes ya no veamos viable quedarnos en la comunidad, quienes siguen cuidando las siembras son las personas adultas mayores, porque el precio del café ha ido a la baja en los últimos años. En este sentido, la principal opción que tenemos al terminar el telebachillerato es migrar a Monterrey, Ciudad de México o Guadalajara. Las mujeres generalmente nos empleamos como trabajadoras del hogar y los hombres en la construcción o en empresas de fibra óptica.

Antes de empezar a trabajar en Desarrollo Autogestionario A. C., yo también estuve en Monterrey y en Ciudad de México cuidando infancias y haciendo limpieza de casas. Mi experiencia fue buena, porque llegué con personas de confianza, pero conocí muchas personas jóvenes que eran violentadas por parte de sus patrones y tenían largas jornadas de trabajo. Aunque económicamente nos iba muy bien, emocionalmente fue una temporada difícil por estar lejos de la familia y en una ciudad desconocida.

Por ello considero que es urgente generar mejores condiciones de trabajo en nuestras comunidades, mayores fuentes de empleo o apoyar a jóvenes con emprendimientos, para que podamos quedarnos en nuestros lugares de origen y quienes migren lo hagan teniendo conocimiento de sus derechos laborales.

También es importante impulsar políticas públicas que reconozcan nuestro trabajo, que redistribuyan y remuneren las tareas de cuidado. Crear un Sistema Nacional de Cuidados, con estancias infantiles seguras y accesibles, no solo nos daría tranquilidad, también nos permitiría crecer, estudiar y soñar, sin tener que elegir entre nuestro desarrollo profesional y laboral y el cuidado de quienes más amamos.

Me cuesta trabajo plantearme un proyecto de vida a largo plazo, porque las barreras estructurales a las que nos enfrentamos en el medio rural muchas veces imposibilitan cumplir nuestros sueños. Sin embargo, todos los días me levanto dispuesta a trabajar y esforzarme para darle a mi hijo una vida mejor. Sueño con terminar la universidad y ser un referente en mi comunidad.

Quise compartirte mi historia, para que entiendas que nosotras las mujeres, y principalmente las mujeres jóvenes de comunidades rurales, tenemos los mismos derechos y merecemos ser tratadas con respeto y dignidad.

La próxima vez que veas a una mujer haciendo limpieza en un departamento, o vendiendo sus verduras en una esquina de tu ciudad, recuerda que es una mujer con una historia, que tiene sueños y que está ahí porque es a donde la han llevado su contexto.

Termino haciendo un llamado al Estado, a empleadores y a la sociedad civil, para sumar esfuerzos que permitan mejorar nuestras condiciones de vida. Sí, las mujeres rurales sostenemos la vida y el territorio, pero es importante que nuestros derechos se promuevan y se respeten.

También hago un llamado a otras mujeres jóvenes como yo, para que no nos dejemos, para que alcemos la voz y demostremos nuestro potencial. Como dice Bety Cariño, “las mujeres sembramos sueños para cosechar esperanza”.

Es plataforma digital libre y accesible que sirve como una herramienta de información y colaboración entre las juventudes y las instituciones para la empleabilidad en la CDMX

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