Por Angie Tatiana Romero Tovar
Miembro asesor de GOYN Barranquilla
Desde que tengo memoria, siempre me han inquietado los temas que en mi entorno se consideraban tabú: salud mental, suicidio, ansiedad, depresión, sexualidad. Durante años, hablar de estos temas fue casi imposible, y aunque hoy en día se ha vuelto más accesible, la brecha entre el discurso público y la realidad que vivimos quienes enfrentamos estos desafíos sigue siendo enorme.
Como profesional en el área, hablar de salud mental puede parecer sencillo, pero hacerlo desde la experiencia como joven cambia la perspectiva. Nos han llamado “frágiles”, “de poco carácter”, “generación de cristal” por poner el bienestar emocional sobre la mesa. Sin embargo, lo que para algunos es un signo de debilidad, para nosotros ha sido una necesidad urgente. No se trata de una moda o de exageración, sino de un grito de auxilio ante la falta de recursos y apoyo real.
La pandemia del COVID-19 visibilizó esta crisis. Nos enfrentamos a una realidad donde la ansiedad, la depresión y el estrés se dispararon, y aunque el tema se hizo más visible, las soluciones siguen siendo insuficientes. A nivel mundial, se estima que uno de cada siete adolescentes entre 10 y 19 años padece trastornos mentales. En Colombia, según una encuesta de 2023, más del 66% de los colombianos ha enfrentado problemas de salud mental, siendo las mujeres jóvenes entre 18 y 24 años las más afectadas. A pesar de estas cifras, la salud mental sigue sin ser una prioridad en la agenda pública y rara vez se aborda en consultas médicas de manera integral.
Uno de los aspectos más alarmantes de esta crisis es el suicidio juvenil. En muchos países, es la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años, y en Colombia, las cifras van en aumento. Según los informes de “GOYN Barranquilla” y “Nuestra Barranquilla 2024”, los jóvenes de nuestra ciudad enfrentan una alta vulnerabilidad frente a problemas de salud mental, exacerbada por factores económicos, académicos y familiares. La falta de acceso a servicios psicológicos y el estigma social que aún rodea estos temas impiden que muchos busquen ayuda, generando un círculo de desesperanza.
El consumo de sustancias como el alcohol y la marihuana también ha aumentado en los últimos años, particularmente en entornos universitarios. Estrés académico, presión social, falta de oportunidades laborales y problemas familiares son factores que empujan a los jóvenes a buscar refugio en estas sustancias. Es una realidad que vivimos de cerca y que los datos de los informes locales confirman.
Ante este panorama, no podemos seguir viendo la salud mental como un lujo. Es una necesidad urgente. Necesitamos fortalecer los programas de salud mental en instituciones educativas y comunitarias, crear espacios seguros donde los jóvenes puedan expresarse sin miedo al juicio, y garantizar un acceso real a servicios de salud mental sin barreras económicas. La prevención del consumo de sustancias también debe abordarse con educación y alternativas de ocio saludable.
Finalmente, el acceso a empleo digno es clave para el bienestar juvenil. Tener estabilidad económica reduce la ansiedad y da un sentido de propósito. No es solo un tema de salud mental, sino de justicia social. Como alguien que trabaja con, para y por los jóvenes, también considero fundamental la existencia de espacios de esparcimiento que les permitan desconectarse del estrés diario y fortalecer sus redes de apoyo. Estos lugares no solo ofrecen entretenimiento, sino que también sirven como entornos protectores donde pueden desarrollar habilidades sociales y emocionales. Espacios que pueden ser dirigidos desde los mismos jóvenes, ya que el trabajo entre pares genera mucha más seguridad y cercanía, sobre todo si es por el bien común del bienestar emocional.
Como reflexión nos queda que estamos a tiempo de actuar y evitar correr el riesgo de perder una generación. La salud mental no puede seguir siendo un privilegio reservado para unos pocos. Es hora de tratarla como lo que realmente es: una necesidad básica para vivir y crecer en una sociedad más equitativa.