Por Dr. Jaime García Leyva
Profesor Investigador. Centro de Investigación de
Enfermedades Tropicales, Universidad Autónoma de Guerrero
Los jóvenes indígenas, en las últimas décadas han reconfigurado su identidad personal y colectiva, así como sus vínculos y su sentido de pertenencia a sus comunidades de origen. La configuración de la identidad juvenil se da a partir de situaciones como el acceso a los servicios educativos, la migración a las ciudades urbanas y agroindustriales del interior del país y el extranjero; los medios de comunicación y la adopción de formas de expresión, organización, música, símbolos y vestimenta que los lleva a transformar su condición como jóvenes pertenecientes a un pueblo originario.
Están presentes en la vida comunitaria. Se mueven y caminan en las veredas, cruzan los montes y la geografía de sus comunidades. Son silenciosos o dinámicos. Se encuentran a la expectativa de lo que sucede en sus pueblos. Inciden y deciden, participan o se alejan de los núcleos culturales comunitarios. En sus hábitos cotidianos muestran formas de comportamiento y actitud diferente a sus progenitores. Aunque hablen la lengua y se mantienen vinculados a su comunidad, empiezan a generar nuevas ideas, cambios y transformaciones. Se apegan a su identidad grupal como pueblo y cultura, pero en el trecho caminado incorporan formas de expresión provenientes del exterior. Tienen distintos caminos y comparten problemas transversales. En mayor o menor dimensión padecen la exclusión social, los derechos negados y escasas oportunidades de desarrollo educativo y profesional. Es visible que entre los jóvenes y sus padres se den rupturas en las formas de concebir la vida, en sus actividades y procesos de crecimiento personal. Hay cambios y transformaciones personales de los jóvenes que, al mismo tiempo, los define como miembros de una comunidad y también los hace ser parte de grupos o colectivos en que se organizan como parte de su nueva identidad juvenil.
La definición establecida por los organismos internacionales que ubican a la juventud en un periodo de la vida determinado y que indican que este lapso de la vida debe de estar marcado por situaciones que contribuyen a un desarrollo gradual de la persona hacia fines sociales y un cúmulo de condiciones que permitan en lo deseable tener márgenes de comodidad, y un mejor crecimiento físico y mental como sujeto. De esta manera tenemos que en ciertos estudios sobre los jóvenes las versiones son acotadas y desde los procesos personales.
Los jóvenes que se encuentran en una edad que corresponde de los 14 a los 20 años son quienes se van adiestrando en la cultura materna, en la observación y participación de actividades comunitarias, familiares, religiosas, laborales, agrícolas, de salud o de otra índole.
Ellos representan a las nuevas generaciones. Se les observa caminar en las agrestes veredas que conducen a los maizales, en la geografía que los curte y forja. Sus actividades desde temprana edad son acarrear agua, sembrar y cuidar el maíz, cuidar a los animales domésticos, incorporarse a las faenas familiares; departir con sus amigos en la cancha de basquetbol, divertirse en las fiestas del pueblo o asumir responsabilidades comunitarias debido los enlaces matrimoniales a temprana edad lo cual los convierte en jefes o cabezas de familia. Asumen desde muy temprana edad un rol que les brinda y asigna un lugar en la comunidad. El aprendizaje de muchos rasgos de su cultura se da en el ámbito familiar y los círculos en que se relaciona, en la observación, acompañando a sus padres, en las amonestaciones que recibe al realizar alguna actividad de manera inadecuada, en el lenguaje que aprende día a día y en la participación con sus progenitores en muchas situaciones cotidianas.
Las condiciones de pobreza de la población indígena nos muestran un panorama adverso socialmente. Los altos índices de pobreza predominan y ello hace que las expectativas de vida y tener mejoras sociales de un amplio sector sea reducido. Las familias son amplias, y corresponden a núcleos familiares entre cuatro y ocho individuos. Las unidades de producción basan, generalmente, su fortaleza organizativa y productiva en su organización social intra e interfamiliar, para así resolver sus situaciones de producción alimentaria. Su organización está basada en la correspondencia, los trabajos familiares y comunitarios, las redes de apoyo recíproco que se establecen tanto en el sentido de compartir trabajo y colaborar, como en la serie de valores que los alecciona para brindar su solidaridad, bienes, instrumentos y fuerza de trabajo en la resolución de sus problemas. En distintos contextos los niños y las niñas indígenas se incorporan, en un contexto de desigualdad social, a formar parte de la estructura familiar en la obtención de sus recursos y medios para subsistir.
Los niños y adolescentes se integran a actividades laborales, agrícolas, económicas, ganaderas u otras que permitan obtener los sustentos cotidianos. Son prácticas comunes que se incorporen a labores de tipo doméstico y realizar acciones de limpieza, acarrear agua, ir a traer leña, cuidar a sus hermanos menores, apoyar en la elaboración de alimentos, cultivar y limpiar la milpa, cuidar los animales, entre otras actividades. El aprendizaje familiar y comunitario en las celebraciones festivas, la vida cotidiana, la ritualidad, en el acompañamiento de sus padres y abuelos y en diversos espacios sociales los adiestra en situaciones de valores como la correspondencia interfamiliar, intercomunitaria; en las fiestas patronales, en la integración a bandas musicales, participación en cofradías, danzas y otras formas de organización comunitaria. El aprendizaje desde la familia es en diversos ámbitos. Se aprende la lengua materna y la cosmovisión por medio de los consejos que brindan los mayores; las formas de producción; los espacios de interrelación con otros miembros de la comunidad. En el sentido comunitario se les alecciona en el espíritu colectivo para trabajar por y para el pueblo.
Los conocimientos adquiridos desde la familia y la comunidad, gradualmente, los forma con un sentido de responsabilidad, participación, colaboración, cumplimiento y aprendizaje en acciones consensuadas, que históricamente han sido basadas en la costumbre y como códigos de conducta moral no escritos pero realizados y reproducidos constantemente. Aunque también estas prácticas en diferentes momentos se modifican o reinventan. Pero desde la condición de inequidad social el periodo de la niñez o juventud se reduce, en la mayoría de la población a una etapa en la cual hay una madurez fortuita, como una etapa de transición que los convierte en “personas grandes”. Así el saber sembrar, cortar la leña adecuadamente, respetar, participar en las celebraciones, cumplir el mandato comunitario los empieza a definir como personas de responsabilidad. Este periodo de incorporación a actividades económicas y productivas se inicia desde los 5 años y gradualmente se afianza con los años. Cuando el adolescente llega a la etapa de los 16 años es conocedor ya de diversas prácticas agrícolas, productivas, económicas o alimentarias que ha aprendido en su corta trayectoria. Este adiestramiento en actividades laborales y de subsistencia se relacionan con las condiciones de pobreza en que se desenvuelven. Saber un oficio, ganarse la vida, trabajar y hacerse respetar es una forma de ir adquiriendo un rostro, una identidad y un reconocimiento al interior de las comunidades.
Las actividades laborales son combinadas con la asistencia a la escuela primaria, secundaria o de nivel medio superior. La oferta educativa se reduce en las comunidades al nivel básico y para realizar estudios de otro nivel generalmente migran a otros lugares a estudiar. Generalmente, y por la falta de recursos económicos, dejan de estudiar y se dedican a labores del campo, contraen matrimonio o bien migran lejos de la comunidad ya sea a un centro urbano o en la zona norte del país. Otros se aventuran a cruzar la frontera con los Estados Unidos y se convierten en indocumentados en dicho país.
Los jóvenes indígenas, en la etapa que corresponde entre los 16 a los 20 años, en algunos casos ya se han adiestrado en actividades productivas y económicas que, para algunos mayores de las comunidades, los puede llevar a sostener un núcleo familiar. En las condiciones de adversidad los senderos que pueden llegar a tomar los jóvenes indígenas son los siguientes:
a. Casarse. Con este hecho inician un proceso de incorporación para asumir responsabilidades familiares y comunitarias. Si bien la decisión fue personal o bajo presiones familiares para establecer alianzas interfamiliares, esto marca una transición en la vida de los jóvenes. Es el inicio para conformar un nuevo núcleo familiar y el de asumir posturas y empezar a forjarse un rostro para conducir a la familia. En este sentido ya sea por convenirse el casamiento por familiares, padres o entre los jóvenes o bien por embarazos prematuros nos indica que desde temprana edad es modificado su mundo juvenil y abruptamente pasan a ser adultos.
b. Estudiar. Culminar estudios de formación básica y dar continuidad a su etapa de maduración y formarse en escuelas de nivel de bachillerato o superior. Esto en los últimos años ha generado un sector cada vez más activo que busca la profesionalización o realizar una carrera académica para convertirse en un profesionista. Pese a las dificultades de realizar estudios de nivel medio superior, cada vez un mayor número de jóvenes indígenas buscan el acceso a espacios educativos y sosteniendo su educación con actividades laborales. El acceso a la educación permite a algunos jóvenes modificar sus pautas culturales, prolongar su soltería, aprender un oficio o hacer una carrera universitaria pero también desapegarse de su propio medio cultural. Es ambivalente el impacto hacia los jóvenes y que muchas veces el modelo educativo al cual se incorporan los obliga a olvidar sus rasgos culturales.
c. Migrar. Ya sea por necesidades económicas, para realizar estudios, por cuestiones laborales o compromisos económicos, la salida de sus comunidades brinda la posibilidad de “vivir fuera”, conocer otras manifestaciones culturales, y prolongar un período de vivir su adolescencia o etapa de juventud. Este proceso se ha incrementado de manera visible y con diversos impactos al interior de las comunidades
d. Inmiscuirse en actividades ilícitas tanto en sus comunidades de origen o bien en lugares donde migran. Esto da lugar a la presencia de grupos delictivos, bandas, pandillas u otras formas de organización de dicha índole que tienen presencia en varios municipios.
Los jóvenes indígenas no solo son presa de problemas estructurales como la pobreza, la inequidad social, discriminación, injusticias, sino que nacen y se desarrollan en escenarios donde “vivir la juventud” es en ocasiones un momento de su vida que pasa desapercibido y con maneras distintas de asumirse como parte de un grupo social más amplio y su periodo juvenil la viven de manera distinta. La pregunta de ¿qué es ser joven? nos genera respuestas variadas y es una categoría que poco se discute entre la población misma. Se concibe la juventud como “un momento de la vida”; como “un tránsito para convertirse en adulto”, es la época de ser “muchacho o muchacha”, que asumen que es muy fugaz.
En el caso de las jóvenes estás muestran cambios significativos en su proceso personal. Aunque no son extendidos estos casos, pero sí una mayor presencia que implica cambios en su forma de adscribirse, ser y definirse. La vestimenta personal se modifica. De las ropas tradicionales como utilizar vestidos, ahora se visten con pantalones de mezclilla y otros atuendos que hasta hace unos años eran cuestionados por los adultos y mayores. Sin duda el acceso a los espacios educativos ha permitido a las mujeres indígenas tener otra perspectiva de la vida y reflexionar sobre su persona y decidir de manera distinta a sus padres. Estas situaciones se observan al generarse una mayor independencia, capacidad de decisión, recursos económicos en algunos casos, y en ese sentido cierto margen para pensar en su vida personal y su futuro. Son pocos los jóvenes que logran realizar sus estudios profesionales o universitarios. Y quienes logran conseguir sus objetivos académicos es mediante un proceso de esfuerzos personales, familiares y un trayecto de descalificaciones, racismo y discriminación en los lugares donde realizan sus estudios. El camino para ser un profesional también es de un desapego de sus formas culturales de ser, de su lengua e identidad, dado que el modelo educativo a que son enfrentados los remite a negar su cultura comunitaria o ser aculturado en otra lengua y espacios sociales diferentes.
El rol y las responsabilidades de los jóvenes se han transformado paulatinamente. Estudiar para los del género masculino les permite un mayor campo de acción económica y obtener un empleo que les permite tener sus propios medios y recursos para, en algunos momentos, tener una vida más holgada e independiente del seno familiar. Ello les permite construir redes sociales con otras personas e interactuar de manera distinta. No sólo prolongan su estado de solteros, algunos viven su sexualidad de manera distinta, sus aspiraciones y decisiones son de manera autónoma o con menor vinculación de sus núcleos familiares.
Las juventudes indígenas son una asignatura pendiente e implica realizar análisis y estudios diagnósticos que permitan proponer alternativas de desarrollo.