Por Carlos A. Flores Vargas
Director General de Corazón Capital y
profesor del Tecnológico de Monterrey
“La crisis vital se apodera de los jóvenes en una etapa que debería ser de entusiasmo. Son más conscientes de su salud mental, las redes sociales generan depresión y ansiedad, y tienen unas perspectivas de futuro peores que las de sus padres, con una situación económica que hace cada vez más difícil consolidar un proyecto de vida” escribía hace unos días Daniel Soufi en El País, a propósito de los hallazgos en un estudio publicado en la revista científica estadounidense PLOS One. En México, el panorama no es distinto. Las juventudes en México enfrentan un horizonte en cuyas esperanzas se desvanecen.
En ese contexto, organizaciones como Corazón Capital, Global Opportunity Youth Network Ciudad de México (GOYN, por sus siglas en inglés) y Youthbuild México publicaron el documento ¿Qué pasa con las juventudes y el trabajo en la Ciudad de México? con el propósito de responder a esa interrogante.
Según dicha investigación, en la Ciudad de México hay 2.02 millones de personas jóvenes con edades de entre 15 y 29 años, es decir, el 22% de la población capitalina. De ese universo, 259 mil no estudian y no trabajan; el 25% tienen como máxima escolaridad la secundaria, 40% tienen educación media superior completa y solo 35% tienen educación superior. Iztapalapa es la Alcaldía con mayor porcentaje de jóvenes con el 19.8%, mientras que Milpa Alta es la demarcación política con apenas el 1.8%.
En la capital, trabaja 1 millón de personas jóvenes, es decir, 5 de cada 10 jóvenes, 508 mil lo hacen en el sector informal y 496 mil en el sector formal. Un dato relevante: en Milpa Alta el 51% de los jóvenes trabajan en la informalidad, mientras que en Iztapalapa el 36%, en Xochimilco 35% y en Cuauhtémoc el 34%. La otra cara de la moneda indica que 1 millón de personas jóvenes no trabajan, de los cuales, 762 mil estudian, 233 mil se encuentran en desempleo y 116 mil se encuentran no disponibles y realizan labores domésticas de cuidado sin pago (75% son mujeres).
El estudio concluye que el acceso de las y los jóvenes a un trabajo digno está marcado por una serie de brechas estructurales que limitan sus oportunidades de desarrollo económico y social. Estas brechas se expresan en tres ámbitos: precariedad laboral, rezago educativo y desigualdad de género. Destaca que el 44% de las personas jóvenes perciben hasta 1 salario mínimo, 28% más de 1 y hasta 2 y sólo el 1% percibe más de 5 salarios mínimos.
Los hallazgos muestran con claridad que el bono demográfico para la capital está en riesgo, ya que tener una población joven amplia no garantiza inclusión ni movilidad social si no existen trayectorias educativas y laborales dignas. También evidencian que la precariedad laboral se ha normalizado como punto de partida para la mayoría de las y los jóvenes, que la educación continúa siendo el gran filtro de inclusión y que persisten brechas estructurales, entre ellas la desigualdad de género y la ausencia de servicios de cuidado, que afectan de manera desproporcionada a las mujeres jóvenes.
Aunque las juventudes aspiran a mejorar sus condiciones de vida, la mayoría ajusta sus expectativas a partir de un realismo práctico, es decir, reconocen conscientemente “sus límites, pero también de sus posibilidades reales”, “sus metas suelen organizarse en torno a la inmediatez y al día a día”. No hay un futuro alentador. La deserción escolar no se vive como un fracaso, sino como un giro en su trayectoria que les ha permitido aprender nuevas habilidades, trabajar o incluso formar una familia. Y para rematar este desolador panorama, en el ámbito laboral, la mayoría de las y los jóvenes adopta un enfoque pragmático y está dispuesta a “tomar lo que venga” con tal de obtener ingresos. La distinción entre formal e informal no resulta central, “lo importante es la inmediatez y la posibilidad de resolver necesidades básicas”.
Mientras el cambio tecnológico, la fragmentación geoeconómica, la incertidumbre económica, los cambios demográficos y la transición verde transforman el mercado de trabajo global vertiginosamente, este es el panorama de las juventudes chilangas: sueños quebrados.