By Randy Marquez
GOYN Alumni
Katmandú despertó sitiada en septiembre de 2025. Eran miles de jóvenes, no convocados por partidos ni liderados por figuras históricas, sino por un pulso colectivo que nació en pantallas, aulas y barrios. Dos meses después, Uruapan, en México, ardía por la indignación tras el asesinato del alcalde Carlos Manzo. En ambos extremos del mundo, la misma frase se volvió bandera:
“No somos de izquierda ni de derecha. Somos la generación que se cansó de agachar la cabeza.”
Lo que parecía un par de crisis aisladas terminó revelando un guion común. La Generación Z —nacida entre algoritmos, incertidumbre y desigualdad— decidió ocupar el espacio político que les negaron. Y el eco de estos levantamientos ya se siente en América Latina.
Nepal: cuando se apaga la red y se enciende la calle
La chispa estalló cuando el gobierno nepalí prohibió el uso de redes sociales. Lo que pretendía controlar terminó multiplicando voces.
“Nos quitaron la única herramienta que nos escuchaba”, gritaba un estudiante mientras las protestas crecían hasta provocar la renuncia del primer ministro K.P. Sharma Oli.
La juventud no solo rechazó la censura. Señaló corrupción, nepotismo y la narrativa de un país que se administraba como un club privado. La protesta no fue ideológica: fue existencial.
México: la indignación que salió del silencio
En Uruapan, el asesinato del alcalde detonó una herida acumulada por años: vivir con miedo. Jóvenes que crecieron normalizando la violencia salieron a exigir algo que debería ser básico: seguir vivos.
Las redes sociales hicieron el resto. Videos, transmisiones y denuncias virales convirtieron la movilización en un fenómeno nacional. Mientras el gobierno insinuaba “manipulación política”, la calle insistía en su propia verdad.
Un mismo idioma: dignidad
Aunque Katmandú y Uruapan estén a más de 13.000 kilómetros, sus consignas dialogan. En ambos contextos, las juventudes crecieron viendo promesas rotas, oportunidades fugándose y sistemas políticos incapaces de renovarse.
La demanda es global: dignidad, justicia y transparencia.
Y esa demanda ya conecta con la realidad latinoamericana.
Lo que esto anticipa para América Latina
Los levantamientos de Nepal y México funcionan como advertencia y espejo. Revelan tensiones que ya maduran en la región:
1. La política tradicional perdió autoridad
Los partidos ya no ofrecen respuestas convincentes. La juventud latinoamericana mira con desconfianza las etiquetas de “izquierda” y “derecha”. Exige resultados tangibles y coherencia.
2. La calle y la red son el nuevo parlamento
Lo que Nepal intentó censurar es hoy el espacio natural donde se construye identidad política. En América Latina, la disputa por el sentido ocurre simultáneamente en plazas, hashtags y transmisiones en vivo.
3. La criminalización ya no intimida
Detenciones arbitrarias, toques de queda y narrativas de conspiración ya no detienen la movilización. La Generación Z documenta, publica y se organiza en tiempo real.
4. El desgaste emocional no es invisible
La protesta también lleva ansiedad, miedo y agotamiento. Ese componente, sumado al limitado acceso a salud mental en la región, puede tensionar aún más el clima social.
La demanda no es ideológica: es vital
Esta generación no lucha por banderas históricas. Lucha por condiciones mínimas para vivir:
-
Seguridad
-
Empleo digno
-
Educación accesible
-
Instituciones confiables
Es la defensa de una vida posible, no de un relato político.
Un futuro donde los jóvenes ya no son espectadores
La Generación Z decidió no heredar un sistema fracturado. En América Latina, ese mensaje se siente como una presión inevitable.
Las protestas no son solo una reacción. Son el comienzo de una reconfiguración política donde las juventudes no piden permiso: crean agenda, cambian narrativas, transforman formas de participación.
Desde colectivos climáticos hasta redes de seguridad ciudadana, desde embajadores digitales hasta movimientos barriales, esta generación inventa nuevos lenguajes de poder.
América Latina no está ante una ola pasajera, sino frente a una generación que dejó de inclinar la cabeza. Una generación que exige, que registra, convoca y transforma. Una generación que, desde Katmandú hasta Uruapan, está reescribiendo el futuro con la misma palabra que hoy atraviesa fronteras:
DIGNIDAD