Por Mauricio Ariza Barile,
presidente del Consejo de GENDES, A.C.
Gabriel Morales Hernández,
Coordinador de fortalecimiento institucional/ GENDES, A.C.
¿Hombres y cuidados? Todas y todos hemos sido cuidados y nos toca cuidar. Cada vez está más clara la necesidad y el impacto de que los hombres nos involucremos de manera frontal en las labores de cuidados; no solamente porque es una de las estrategias para transitar hacia la corresponsabilidad y a la equidad entre mujeres y hombres, sino también por lo gratificante que cuidar resulta para los hombres y que quizá muchos todavía no lo hemos experimentado, como experiencia de desarrollo personal que nos ayuda a liberarnos de las cargas impuestas por los mandatos del machismo.
Con la creciente discusión alrededor de los cuidados en diferentes frentes, los hombres nos hallamos ante la oportunidad de transitar desde el “des-cuido” habitual de nuestro bienestar hacia estilos de vida más saludables y satisfactorios para nosotros y para las personas que nos rodean, dejando atrás la creencia de que ser hombre es mantenerse emocionalmente desvinculado.
Una vez que nos planteamos entrar en la lógica de los cuidados, la primera perspectiva que surge es el ámbito doméstico; cuidar en casa porque en casa hemos sido cuidados, mirar por las personas adultas mayores porque de ellas hemos recibido atención; ocuparse de las niñeces, porque confían en nosotros para emprender sus vidas; colaborar con las otras personas cuidadoras −mujeres la mayoría de las veces− porque son quienes casi siempre cargan con el mayor peso de todas estas labores.
Caer en la cuenta de qué tan vinculada está nuestra existencia diaria con el hecho de haber recibido y seguir recibiendo cuidados nos muestra cómo el cuidar se arraiga primeramente en la reciprocidad, en la gratitud por haber recibido la posibilidad de vivir y crecer. No pueden existir modelos sociales en donde no hayamos sido cuidados y necesitemos cuidar a alguien más. Reconocer que uno ha sido cuidado hace caer en la cuenta de la necesidad de corresponder cuidando, ya sea a quien nos ha cuidado, así como a otras personas, y desde luego a nosotras mismas, dando pie al tejido de una red de relaciones constituidas en clave de cuidados, vinculadas por la mutua gratitud. Esta sería la base de una ética de los cuidados.
En esta dirección, según Joan Tronto, el cuidado es una “actividad genérica que comprende todo lo que hacemos para mantener, perpetuar, reparar nuestro mundo de manera que podamos vivir en él lo mejor posible. Este mundo comprende nuestro cuerpo, nosotros mismos, nuestro entorno y los elementos que buscamos enlazar en una red compleja de apoyo a la vida.”
Así, cuidar es mantener habitable nuestro mundo y hacer que podamos vivir lo mejor posible en él, lo cual abarca y trasciende por completo esa primera noción que entiende a los cuidados como supervivencia en el entorno hogareño y los asimila con todo aquello que necesitamos para lograr una vida plena, según las aspiraciones de cada persona o colectividad, como puede ser jugar, convivir, viajar, pero también la participación social, económica y política que permita el despliegue cabal de las capacidades de cada persona y comunidad.
Repasar este planteamiento con perspectiva de derechos humanos nos hace ver de inmediato que la distribución de estas tareas ha sido profundamente desigual, de modo que la mayoría de las actividades de cuidado han sido históricamente asumidas por mujeres y que esto ha perpetuado las brechas de desigualdad entre mujeres y hombres a costa de sus posibilidades de disfrutar más de la vida y de involucrarse en actividades profesionales y políticas, mientras que el campo de estas actividades ha sido copado por los hombres, quienes además muchas veces lo hemos hecho ejerciendo un ocio irresponsable con el bienestar propio, de nuestras familias y de nuestras comunidades.
De aquí se desprende la importancia de promover una práctica de los cuidados orientada a fortalecer la igualdad entre mujeres y hombres, que fomente una creciente responsabilidad activa de los hombres, así como las oportunidades de las mujeres para una vida más diversificada y disfrutable.
Es cierto que el contenido de los cuidados no está prescrito, se trata de lo que cada persona o colectividad identifique como necesario en cada contexto, no de lo que el agente “cuidador” quiera otorgarle, pues esto entrañaría un riesgo de autoritarismo aún con las mejores intenciones; aquí entra en juego nuevamente la transformación de las masculinidades para prevenir que la búsqueda de control y dominio propia del machismo se enmascare bajo el pretexto de cuidar. La ética del cuidado supone entonces también una escucha atenta, un diálogo del cuidado, para responder atinadamente a las necesidades de cuidado de quienes nos rodean y entender que no existen procesos idénticos al momento de cuidar.
Las acciones individuales que podamos hacer desde los cuidados no suplen la urgente necesidad que se han advertido desde organizaciones como GENDES, de la creación de políticas públicas que brinden condiciones reales para que todas las personas podamos ser cuidadas y cuidar al disponer de espacios libres de violencia en centros de atención a la niñez y personas adultas mayores, pero también en espacios para la convivencia y la recreación, así como jornadas de trabajo flexibles y disponibilidad de transporte público eficiente, entre varias otras, de modo que no haya impedimentos para el desarrollo humano pleno de mujeres y hombres.