Por Elio Villaseñor G.
“No hay salud sin salud mental”
Organización Mundial de la Salud (OMS)
El sistema de cuidados en la vida de los jóvenes genera un estado constante de estrés y ansiedad, pues su contribución en este ámbito suele ser invisibilizada.
A menudo, se espera que asuman múltiples responsabilidades en el hogar, la educación y, en muchos casos, el trabajo, sin que su esfuerzo sea reconocido ni respaldado.
Como señala la socióloga Nancy Fraser, el trabajo de cuidados es una “actividad indispensable para el bienestar social”, pero sigue siendo subestimado y distribuido de manera desigual, afectando especialmente a los jóvenes. Esta carga se intensifica en entornos de incertidumbre e inseguridad, donde las oportunidades laborales son escasas, la presión académica es elevada y el futuro se percibe con inquietud.
La pandemia de COVID-19 evidenció la fragilidad del sistema de salud mental y el profundo impacto que tuvo en la juventud. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), uno de cada siete jóvenes entre 10 y 19 años padece algún trastorno mental, siendo la ansiedad y la depresión los más comunes.
A pesar de ello, el acceso a servicios de salud mental sigue siendo limitado y, en muchas ocasiones, estigmatizado.
Ante esta realidad, los jóvenes demandan políticas públicas que prioricen su bienestar psicológico, pero estas siguen siendo escasas y poco efectivas.
La falta de atención a su salud mental no solo afecta su calidad de vida, sino que también repercute en su capacidad de desarrollo personal y profesional.
Como advierte el sociólogo Zygmunt Bauman, en una sociedad líquida donde las certezas se han diluido, la angustia y el estrés se han convertido en una constante para las nuevas generaciones.
Si aspiramos a una juventud capaz de afrontar los desafíos de la vida cotidiana, es fundamental reconocer su papel dentro del sistema de cuidados y brindarles el apoyo necesario.
Esto implica no solo garantizar el acceso a servicios de salud mental de calidad, sino también fomentar una cultura de reconocimiento y redistribución equitativa de las responsabilidades en el hogar y la sociedad.
La salud mental no es un lujo ni un privilegio, sino un derecho fundamental. Como bien señala el psiquiatra Viktor Frankl, “cuando no podemos cambiar una situación, el desafío es cambiarnos a nosotros mismos”.
Sin embargo, para que los jóvenes puedan desarrollarse plenamente, es imprescindible que cuenten con un entorno que no solo les exija, sino que también los respalde.
Las políticas públicas deben reconocer el cuidado como un derecho fundamental y garantizar el acceso a servicios de salud mental eficaces, eliminando barreras económicas, sociales y culturales que limitan su atención.
El sistema de cuidados y la salud mental no pueden tratarse como dimensiones separadas, sino como dos pilares interdependientes para una vida equilibrada y digna.
Lo anterior es un argumento que fundamentan las colaboraciones de Silvana Carranza, de Danahé Catalán, de Victoria Raquel Rojas-Lozano y Oliva López Sánchez, que identifican la salud mental como crucial para los y las personas cuidadoras. En esa línea lo sugiere también Alejandro Rodríguez quien apunta otras vertientes en cuanto a las barreras de los y las jóvenes para que se les garanticen sus derechos juveniles desde una perspectiva que reconozca sus intersecciones y retos particulares.
En el ámbito regional, la contribución al conocimiento de la situación de los jóvenes en América Latina y su decisión de migrar como una salida a la falta de oportunidades en sus respectivos países, es un llamado de atención sobre la ausencia de políticas públicas construidas desde los gobiernos que tengan como objetivo arraigar a sus juventudes bajo el mandato de responder a los derechos y exigencias laborales, educativas y de salud socioemocional de los jóvenes. Lo anterior es clave para el crecimiento e incidencia de los jóvenes para construir un entorno que potencie sus capacidades y habilidades, tal como apunta Randall Márquez.
Solo con un enfoque integral, que combine apoyo emocional, acceso a servicios de calidad y una redistribución equitativa de las responsabilidades, podremos ofrecer a las nuevas generaciones las condiciones necesarias para su bienestar y desarrollo.