Por Randy Márquez
GOYN Alumni | Escritor y narrador colectivo
Nadie nos regaló la palabra. La arrancamos.
Ser joven en Colombia y querer participar no es un lujo, es un acto político. Es decidir estar presente en un país que históricamente ha negado nuestros cuerpos, nuestras ideas y nuestras formas de construir futuro. Participar, entonces, no es llenar un formulario, ni levantar la mano. Es abrir grietas donde no nos dejaron puertas.
En las esquinas, en los parches, en las plataformas digitales, las juventudes hemos comenzado a reconfigurar qué significa incidir en la realidad. Porque la participación juvenil ya no cabe en los moldes tradicionales. Ya no es solo votar, ni asistir a una mesa. Hoy es narrar, protestar, crear, incomodar, incomprender, cuidarse en colectivo, levantar la voz desde lo cotidiano.
“No se trata de sentarse en la mesa, sino de cambiar el menú y exigir que no nos sirvan lo mismo de siempre.”
Participar no siempre es estar; muchas veces es resistir
Las juventudes en Colombia ya no se sienten representadas por las instituciones que deberían escucharlas. Lo dicen los datos y lo gritamos en las calles. Consejos de Juventud sin impacto real, procesos participativos donde todo ya está decidido antes de consultarnos, y escenarios que nos incluyen sólo para cumplir cuotas de diversidad. Eso no es participación, es tokenismo.
Participar desde la periferia no es igual a participar desde la comodidad. Quien vive la desigualdad, la violencia y el abandono, no tiene las mismas herramientas ni el mismo tiempo para ocupar espacios que muchas veces se diseñan sin entender sus realidades. Por eso, en muchos barrios, participar es organizar una olla comunitaria. Es fundar una colectiva de madres jóvenes. Es hacer murales con memoria. Es hablarle al mundo desde un pódcast grabado con el celular.
De las urnas a los algoritmos: territorios digitales como nuevas plazas públicas
Hoy las juventudes participan también desde las redes. No como “influencers políticos” de pose, sino como narradores incómodos que hackean el algoritmo con historias que duelen, sanan y movilizan. En Instagram, TikTok o Spotify, las juventudes están documentando lo que los medios ignoran: desapariciones, racismo estructural, violencia policial, discriminación trans, abandono estatal. Cada historia contada se convierte en una forma de resistencia. Cada palabra grabada es una apuesta por no ser borrados. Narrar es participar. Y quien toma la palabra, también toma el poder.
Participar no es homogéneo: ¿quién tiene derecho a hacerlo?
¿Quiénes pueden realmente participar? ¿Y quiénes son sistemáticamente excluidos? En Colombia, la participación sigue atravesada por clase, raza, género, geografía y acceso a la tecnología. No es lo mismo ser un joven blanco de ciudad capital con acceso a internet, que una joven afro en una vereda sin señal, o una persona trans en un barrio estigmatizado.
Aun así, participamos. Con lo que tenemos. Como podemos. Y desde donde no se nos espera. Porque si algo ha demostrado esta generación, es que no está dispuesta a esperar permisos para hacerse escuchar.
La participación juvenil hoy es múltiple, incómoda, irreverente
No es homogénea. No es vertical. No responde a partidos ni a agendas tradicionales. Es crítica. Es creativa. Y sobre todo, es colectiva. Las juventudes se están organizando por temas, no por colores políticos: educación, paz, clima, arte, memoria, autonomía.
Hoy la participación no siempre usa corbata. A veces viene en forma de canción, performance, documental o grafiti.
Y eso también incomoda a quienes quisieran que fuéramos obedientes, silenciosos y agradecidos por un espacio reducido donde no podemos cambiar nada.
Participar es disputar el presente, no solo imaginar el futuro
Este artículo no es una denuncia, es una afirmación: estamos participando, pero desde nuestras propias reglas. No nos interesan los aplausos ni los reconocimientos vacíos. Queremos incidencia, transformación, dignidad. Y eso no se mendiga: se construye en comunidad.
La participación juvenil en Colombia no es un objetivo; es un campo de batalla. Y aunque parezca que no estamos presentes en los espacios oficiales, la verdad es que estamos tejiendo los nuestros: más horizontales, más reales, más nuestros.
Lo que no se vende
Es necesario que recuperemos los valores democráticos y morales que han sido sustituidos por la vileza y la avidez de un mercado donde todo tiene un precio, donde todo se compra y donde todo se vende.
Es urgente decirlo: hay cosas que no se transan.
Y entre ellas están la dignidad, la conciencia crítica, la memoria, y el derecho a la participación real.
Como dijo Joan Manuel Serrat:
“Preservar la palabra, la belleza, la justicia y la libertad es nuestro deber“
Cierre
La participación juvenil no es una línea en un programa. Es un acto vital.
Y en este país que se empeña en decirnos que no tenemos futuro, cada forma de participación es una forma de existencia colectiva.
Porque participar en Colombia no es un privilegio. Es una forma de resistencia. Y también de amor.